Me das risa, pobre. Tus
determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una
actriz de tournées de provincia, uno se pregunta si realmente crees en tus
amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas
de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo
para que te diera la réplica, entonces se vería alzarse a la pareja perfecta,
con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los
ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y
volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y
fondo de cacerola. Pero ya ves, escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te
escucho hablar, te escucho quejarte (con razón, pero qué puedo hacerle), o lo
que es todavía mejor me voy quedando dormido, arrullado casi por tus
imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclo todavía por un
rato las primeras ráfagas de los sueños con tus gestos de camisón ridículo bajo
la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y creo que al final me
duermo y me llevo, te lo confieso casi con amor, la parte más aprovechable de
tus movimientos y tus denuncias, el sonido restallante que te deforma los
labios lívidos de cólera. Para enriquecer mis propios sueños donde jamás a
nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.
El Río - Final de Juego –
Julio Cortázar
No hay comentarios.:
Publicar un comentario