lunes, marzo 25, 2013


Y él empezó a llorar, le pidió que no lo dejara, se humilló, la odió, entre hipos y sollozos amenazó con tirarse debajo de un tren y ella lo odió, supo que era mentira, lo imaginó junto a las vías, dudoso, acobardado, lo despreció, lo quiso, le acarició la cabeza, no tuvo coraje para seguir adelante, comenzó discretamente a retractarse, dijo que todo había sido un momento de, que no se lo tomara como, que en realidad no había querido decir que, todavía estaban a tiempo de, todo podía arreglarse si, y caminaron y caminaron y se besaron y él se tranquilizó, se envalentonó, y le dijo que estaba dispuesto a, que tal vez fuera mejor si, que total por una semana, y entonces ella enérgicamente que no, enérgicamente que lo amaba, adoraba, de ninguna manera podría soportar una semana sin verlo, hablarle, escucharlo y él fortalecido ahora, ganador, presionando con la bota el cuello del enemigo derribado, como si vencerlo no hubiera sido suficiente, había que hacerle pedir perdón, insistiendo él en que sin embargo, en realidad también él, después de todo por qué no, y ella asustada, defendiéndose, odiándolo, nada de dudas por su parte, enérgicamente todo amor, amor para siempre, para siempre, para siempre, se decía ella vencida, desalentada.

Los amores de Laurita - Ana María Shua

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